Buen olfato

No era cosa de quedarse sin perro guía, aceptaban sin mucho cuestionamiento puesto que eran donaciones. Firmaban de aprobado a los samaritanos y san se acabó.
Luisita pensaba diferente, aquel perrazo café le daría problemas, se distraía como los cachorros inexpertos, olfateándolo todo, dando rienda suelta a su curiosidad. Caminar para todos lados era su inquietud, menos para donde se necesitaba.
Perder el sentido de la vista le exacerbó a ella los otros cuatro que le quedaban y algo le decía que no lo aceptara. Diría que no, aunque significara la crítica, pues dice el dicho que regalado hasta el ferrocarril...
Quedó mal ante los benefactores y sin perro-guía, ya se las ingeniaría para salir del atolladero, eso si, víctima del cuchicheo -Total, después lo hubiera vendido- es lo que se decía.
Lo que no sabían estas lenguas viperinas, es que contaban los guías con un micro-chip para detectar si efectivamente eran utilizados.
Chocolate -así se llamaba el perro- tenía buena estampa y pronto no falto quien lo quisiera a pesar de sus deficiencias. Aunque esa misma inmaduréz le hizo fracasar con un nuevo amo y con un segundo. Con igual resultado.
En el tercer intento, saber que continuaban en la terquedad de forzarlo a cumplir una misión que no quería, preocupó a Luisita. No es un buen perro para estos fines -trató de explicar- y nadie le creyó.
La ciudad jalisciense que huele siempre a tierra mojada, para Chocolate era como estar en el paraíso. Mucho que ver, grandes espacios que recorrer, pero esa misma distracción, les costo a los dos, a guía y ama, un viaje sin regreso, ciertamente al paraíso .
Luisita, se sintió mal de haber tenido tan buen olfato, y de no haber podido convencer a nadie, que aquel no era un perro para los fines que un invidente necesita.