Tuesday, August 01, 2006

GANE QUIÉN GANE… PERDIÓ MÉXICO




Por Dr. Alvaro de Lachica
2006-07-27 00:00:00
Alianza Cívica, Ensenada B.C. - Hoy he sentido una profunda tristeza por un país que vive su inmadurez democrática (si es que esta existe), no por ser afecto a ninguno de los candidatos que contienden por la Presidencia de México, ni mucho menos por el partido en el poder o los afectos a “Primero los Pobres”, sino por la falta de visión de la gente, su obtuso sentido del impacto social y económico para este país.

Hoy el circo romano en que se ha convertido este proceso electoral esta mostrando el lado inmaduro de nuestra gente, esa falta de experiencia es lo que ha permitido que la democracia en este país siga en pañales. En esta hoguera de las vanidades donde los políticos buscan poder, los empresarios dinero y los ideales quedan para mejores tiempos, haciendo que la colectividad siga en busca de un símbolo que rescate los ideales perdidos: Justicia y dignidad.

México padece lo que Jorge Domínguez, bautizó como la “fracasomanía”: el pesimismo persiste ante una realidad que parece inamovible. La incertidumbre es nuestra huésped perenne; los políticos no pueden ser propositivos; la sociedad siempre utilizada para los juegos de poder de los menos; los buenos siempre sucumben; los reformadores siempre pierden. La luz al final del túnel solo ilumina el tren a punto de arrollar a quienes no pueden eludir su paso. El país siempre pierde. Los mexicanos siempre se tiran al vacío desde el Castillo de Chapultepec y no logran salir de ahí. Por ello sería mejor callar. Es mejor ignorar. Sería mejor emigrar.

En México, como diría Elías Canetti, los pesimistas son superfluos y 2006 demuestra por qué. Este es el año de la falta de rumbo por donde transitar, de las campañas sucias, de los videoescándalos y la videoviolencia. De los familiares incómodos y de las reformas inexistentes. De los priistas desmadejados, los panistas angelicales y los perredistas encabrestados. De las primeras damas que deseaban inveterarse en el poder y de las mujeres que abusan de él. Del complot de Andrés Manuel López Obrador y del auto complot a sí mismo. De la política paralizada y el proceso electoral manchado por el fraude, sea o no cierto. De los recuentos de votos amenazantes y ciudadanos “enmoñados” que también lo son. Este es el año de las multitudinarias asambleas informativas que parece no van a ninguna parte y del presidente del IFE, que tampoco lo hace.

Mientras, Vicente Fox encoge los hombros pero no solo ante el conflicto electoral, sino también con el conflicto de los maestros en Oaxaca y la no realización de la Guelaguetza; con los múltiples ajusticiamientos del narco en toda la geografía nacional mientras los cuerpos de seguridad no saben que hacer. Crónica de catástrofes; crónica de corruptelas; crónica de personajes demasiado pequeños para el país que habitan.

Porqué el credo de los pesimistas produce parálisis. Engendra poca certeza hacia el futuro. Permite que los contendientes políticos no actúen como tales. Permite la persistencia del status quo de las elites partidistas. El pesimismo es el juego seguro de quienes no quieren perder los privilegios que gozan, los puestos que ocupan, las posiciones que cuidan. El pesimismo es la cobija confortable de los que no mueven un dedo debajo de ella. Es el lujo de los que rentan el carro pero no se sienten dueños de él. Y durante demasiado tiempo, México ha sido un país rentado para sus habitantes. Ha pertenecido a sus líderes religiosos y a sus tlatoanis tribiales y a sus colonizadores y a sus liberales y a sus conservadores y a sus dictadores y a sus partidos y a sus presidentes imperiales y a su “intelligentsia”. No ha pertenecido a sus ciudadanos. Por eso pocos lo cuidamos. Pocos lo sacuden. Pocos lo aspiran. Pocos lo lavan. Pocos lo enceran. Pocos piensan que es suyo. Pocos lo tratan como si lo fuera. Por que como dice Larry Summers, el Director de la Universidad de Harvard, nadie nunca ha lavado un carro rentado.

Pero quienes sabemos que el país es nuestro, no vivimos con el lujo de la indiferencia. Quienes hemos vivido años en varios lugares de nuestra nación, sabemos lo que es andar con el corazón apretado. Lo que es caminar a pasos de pequeñas nostalgias y grandes recuerdos. Lo que es extrañar el olor y el sabor de la bulla y la tolerancia. Lo que es querer tanto a un país que uno siente la imperiosa necesidad de querer salvarlo de sí mismo. Lo que es vivir pensando -de manera cotidiana- que los gobernados somos los que debemos vigilar a quienes nos quieren gobernar. Que los partidos políticos pueden y deben reducir la violencia social y pavimentar la ruta democrática. Que la oposición puede y debe redefinir los términos del debate público. Que la clase política entera puede y debe fomentar la conexión entre la democracia y los ciudadanos. No es demasiado pedir.

México no es el país de Andrés Manuel López Obrador o de Felipe Calderón. No es el país de los futuros congresistas o los gobernadores o los burócratas o los líderes sindicales. Es el país de uno. El país nuestro. En el 2006… y siempre.

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