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Método del escritor sin mérito
Olvida tu antivida. Escribe tal como eres. Vaivén de fiera verbal.
No intentes impresionar a nadie. Si te sorprendes queriendo impresionar, deseas un “estilo”. Escribir es buscar lo no literario. El estilo es miedo. Eugrafía. Microdictadura que te indica qué decir y qué no. Cómo. Cómo sí. Cómo no. El estilo es para escritores que desconocen su libertad. No te pre-ocupes de las estructuras. Las estructuras surgen a posteriori. No antes del texto. “Prestructura” no: proceso. Deja, pues, que primero suceda una larga fase creativa, que se caracteriza por ser un flujo. No pienses demasiado. Suelta todo lo que tengas. No es tuyo. Regálalo.
Si escribes un ensayo, lanza una idea, estállala, haz una llama con ella, y cuando el incendio esté en su mejor brillo, pasa a otra idea, y enciende otro. Prosar quema.
Si escribes una novela, lo mismo, camarada. Haz que un ser, una acción, un ambiente, encienda, y ya que el fuego arrecie, sopla otro. Narrar reacciona en cadena.
Si escribes poesía, no tengo que explicarte nada. La poesía es la aceptación de todo lo que viene, sin edición de doxa, razón o unigramática. Es el idioma-daimon. Es la visión. Supera y acapara todo léxico. Caza de fragmentos metamórficos, versar pluriversa.
El ensayo: orgasmo del conocimiento. La novela: nuestra vida más intensa. La poesía: todo el cosmos en otro código.
No hay géneros: sólo ciencias incendiarias.
No hagas caso de lo que se dice acerca de la literatura. El 90 por ciento de las nociones de los escritores de segunda mano, críticos, editores, lectores y otros miedos, son apagafuegos. Escribir es un río ígneo, recuérdalo. Agua piromaniaca. Y no te envanezcas de logro alguno. Este método lo que busca es quitar al Yo de en medio. Dejar que a través suyo huracane viento. El método es no tener ningún mérito. Cada palabra: chamana.
Pero escribir no se trata de palabras aisladas. Se trata de un ritmo extenso.
Y cuando creas que esa fase creativa ha terminado —lo sabrás porque el flujo ya no es intenso— detente abruptamente, vacaciona, dale tiempo al texto. ¿Cuánto? No sé. No te conozco ni soy tu padre. Averígualo tú. Déjate guiar por tu quíntuple instinto.
Y entonces pasa a la otra fase. La fase analítica. Autocrítica. Ocúpate de detalles. Y visiones faltantes.
Percibe la corteza creada. Quita la paja. Intensifica epifanías flojas. Rastrea tus escotomas. Aclara. Obscurece. Emociónate con cada aspecto del texto emergente. Aplica aquí la herrería legada, pues es en este momento —no en el previo— donde alguna
de esa gnosis puede ser útil.
Y aprende de lo que hiciste para que en el siguiente librar (libro es verbo) todo salga de un solo golpe, desde el primer impulso, y escribas sin mentiras, sin trucos, sin consejos, sin escudos, sino tal como eres: animal antitético, temporal, imperfecto.
Sin ningún mérito.
1 comment:
me encanta, creo yo que diría que sí a mucho de lo que aquí se dice, a mucho
bs, peggy
santi
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