Tetas, bubis, senos
por Gerardo Sanchez García
Los hay sugestivos, inquietantes, retadores, tímidos, obscenos, mojigatos o procaces. Los sentenciados por la Ley de la Gravedad o los voluminosos por la Ley de la Gravidez.
Los que se advierten pesados y densos, los flácidos y los desinflados. Los injustamente oprimidos, los gratamente liberados.
Con tumores y con temores. Los puntiagudos y los redondos, los oblicuos, los de apariencia triangular, los cilíndricos y los esféricos.
Los engañosos, los indomables y los imperceptibles.
Los autónomos e insurrectos que se agitan con el paso y galopan con el trote.
Los que pese al movimiento de su dueña permanecen sumisos y estáticos.
Los felizmente sorprendentes y los tristemente decepcionantes.
Los pequeños como manzanitas, los medianos como toronjas, los tumultuosos como un par de melones, los aberrantes como sandías.
Los enigmáticos, los misteriosos, los del dominio público. Los plásticos, burdamente artificiales, y los gloriosamente naturales.
Están también los caídos en el cumplimiento del Deber. Los inalcanzables, los etéreos, los lujuriosamente imaginarios.
Los que pervierten, los que domestican, los que jalan más que una carreta, los que mueven el mundo y los que detienen el aliento.
Los que se asoman con inofensiva timidez o los que aún ocultos embisten por su erotismo.
Los extraterrestres porque parecen de otro mundo. Los religiosos porque dan ganas de arrodillarse ante ellos.
Los marítimos porque se anhela sumergirse en sus profundidades. Los artísticos porque parecen hechos por un artesano. Los bizcos que se atraen entre sí o los enojados, ya que buscan horizontes diferentes.
Los inofensivos y los depredadores. Los que agitan los pensamientos y los que pasan desapercibidos. Los que despiertan la alegría del otro género y la envidia en el propio.
Los dolorosamente ajenos y lejanos, los felizmente cercanos y al alcance de la mano. Los ascensoristas, porque te llevan en un santiamén del Cielo a los bajos pensamientos.
Los de blancura extrema, los morenos claros, los semioscuros, los cubiertos de pecas, los de tonos diferentes, los negros azabache, los del color imaginario de quien soñó con ellos inútilmente.
Los suaves como duraznos, los finamente duros, los extrañamente fríos, los dulcemente tibios y los peligrosamente candentes.
Los hay famosos, los poco conocidos y los solitariamente incógnitos.
Los eternamente clásicos y memorables, como los de Marylin Monroe, Jane Fonda, Sofía Loren, Brigitte Bardot, Pamela Anderson, la Tetanic o de esa mujer que despertó las primeras revelaciones eróticas.
Los hay de miles de formas, tamaños, volúmenes, tesituras, sabores, tonos, pero cada uno de ellos tiene su propia historia y su propia histeria.
Algunos los llaman mamas, busto, bubis, tetas, chichis o senos, pero el nombre es lo de menos. Usted bautícelos o llámelas como guste.
Déles nombres propios, arrópelos y cuídelos sean propios o ajenos, pero recuerde que una de cada cinco mujeres muere a consecuencia del Cáncer de Mama.
Un mal que puede dañar a cualquiera de las variedades antes expuestas. Una terrible enfermedad cuya prevención no es sólo responsabilidad de sus legítimas propietarias, sino también de quienes son, fueron o aspiran a ser eventuales usufructuarios de dichas maravillas de la bondad de Dios, que en forma generosa hasta las mandó por pares.
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