— Sería artista mejor—, canturrearía de la felicidad, como la concibo, en amor a la naturaleza.
—… cuidaría enfermos, nunca se terminan, no será necesario ser siempre joven ni eternamente bella. Además hay que comer, limpiaría la casa de la vecina por unos pesos… Progresaría… dejaría atrás los sueños escritos en un Diario confidente. ¡Si acaso fuera escritora! Y poder contar de lo que ya no duele y seguir con el amor a las palabras, estas, aquellas, incluso las que chocaron en ti, mi enemigo, para llamar a las cosas por su real nombre y revelar lo que soy, una viajera de este tiempo, no muchedumbre, yo al desnudo, sin odios innecesarios.
En soledad se libran batallas, por eso volví a mi soledad, incapaz para la felicidad, al fin pude desligarme… ahora entiendo… Si, te perdono. Me perdono lo que haya que perdonar. —Conmigo todo está bien, es parte de mi goce—; este pensamiento llega como aire puro a los pulmones, estoy en el mundo sin ser del mundo, el rencor se fue…
—Estabas mentalmente frente a mí… Observé con detenimiento tu rostro, pelo, desde los hombros todo tu cuerpo, recorriéndolo como antes lo hicieran mis manos. Olí ese aroma de tu piel, causante de mis pasiones. ¿Por cuál invocación extraña, constante, no te ibas? y eso dañaba.
… situado ahí a unos pasos, te dije desde lo profundo de mi corazón, te perdono, aunque quién soy yo para perdonarte o no. La traición duele, tuve que vivirla y ahora la bendigo. Yo te di ese poder. No es masoquismo, fue necesaria para ser lo que en el presente, no más ceguera, declaro arrojar fuera los demonios existentes dentro de mi.
— ¿Por qué yo, por qué a mi?—
Fui minusválida y no lo entendía. No entender es el precio del crecimiento. Repetía ahora a tus oídos: te perdono. Los perdono… Lo dije tantas veces para que se volviera una verdad esa mentira.
Para la traición nada mejor que el olvido… Y no hablo de la memoria…
A nadie permito lastimarme. No más lágrimas porque nublan el camino.
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