CRÍTICA DE LA RAZÓN CÍNICA |
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Por Rael Salvador 2008-09-07 00:00:00 Ensenada, B.C. I EL MAESTRO Seré muchas otras cosas, pero no por de ellas dejo de ser un hombre agradecido. Y a Luis, mi amigo, mi compañero de ruta, mi gurú literario, el guía espiritual predilecto, tengo mucho que agradecerle.
Si mi enseñanza posee tintes de ideal, es gracias a que el aprendizaje que recibí fue justo antes que él, mi Maestro, dejara de ser un maravilloso alumno de la vida. Esa suerte no la tuve con Baudelaire, con Whitman o con Henry Miller. Para entrar en el territorio demarcado por la sabiduría de las letras, busqué sus obras desesperadamente en diversas partes del mundo, algunas las adquirí con dificultad y muchas otras con felicidad, y las leí con sumo placer hasta el hartazgo… Pero, fuera de la imaginación concertada -- que toda buena lectura peligrosa proporciona --, jamás compartí con el ríspido autor de las Flores del Mal una copa de vino crepuscular y después el irnos de jaleo a cenar a su buhardilla; jamás una admiración existencial por las belleza de la realidad que modificara una verso de Hojas de Hierba; jamás el cobijo, siempre tenaz y reconfortante para el ego, de ser un discípulo perverso para el autor de Trópico de Cáncer y la Crucifixión Rosada… Ellos habían realizado su camino, sin mí. Yo sólo poseía sus libros y la interpretación gloriosa que hacia de sus tribulaciones existenciales. A Luis Pavía, más que nada, le debo su contemporaneidad. Le debo todo eso que me hacía falta: la copa, la cena, la reflexión, la predilección… Le debo, como escritor, la dicha del Poeta con el Poeta. Le debo la poesía, sí, y el sentimiento de ser, como él, un Poeta invitado por Dios a celebrar la vida. II EL POETA La herencia está servida, y a mi me gustan los libros. Es una ventaja tener, sobre todo a esta edad -- treintaytrece --, muy bien definidas las preferencias sexuales: No me atraen, no me gustan, no congenio con los carros. Todos mis domingos, todas mis quincenas, todas las compensaciones económicas que he tenido a lo largo de estas cuatro décadas, las he transformado en el tesoro divino de los muchos libros… Y, lo recuerdo bien, el libro fue nuestro principal pretexto de unión. Pude haber dicho las mujeres, pude haber dicho el alcohol, pude haber dicho las matemáticas, pude haber dicho la marihuana, pero no fue así… Fue el amor al libro y su lectura. Las lecturas que nos constituían, válgame la expresión, con un siempre sólido esqueleto espiritual. Un andamiaje cristalino donde cada sílaba, cada palabra, cada verso, cada manifiesto poético que urdíamos, nos ofrecía la luz hechizada de su cobijo cósmico, de su “bibliometamorfosis” -- el neologismo es mío -- y su libre tránsito por los senderos de la inmortalidad. Sonriente, con la edición ante mis ojos, le decía: Estoy leyendo a Neruda, estoy leyendo a Lorca, estoy leyendo a Rimbaud, estoy leyendo a Verlaine, estoy leyendo a Baudelaire, estoy leyendo a Mallarme, estoy leyendo a Bretón, estoy leyendo a Pessoa, estoy leyendo a Hesse, estoy leyendo a Sábato, estoy leyendo Proceso, estoy leyendo La Jornada, estoy leyendo unos libros que la bondad de Magda Duarte, tu bella compañera, puso con inteligente cariño en mis manos… Ahora, pasado el tiempo, que este sea mi rezo, mi Oración a tu memoria, querido Luis… III EL AMIGO Todo nace de la comprensión, donde el azar se vuelve una causa y un destino. Muchos afirman que el amor a la magia de la lectura hay que superarla con la realidad, cortándole así, de un tajo, el cuello al cisne de la poesía. ¡Quizá quines lo dicen no se habrán enamorado nunca de algún personaje, de algún libro, de alguno de sus pasaje, de algún autor! El amor, al regalarte la sensibilidad, te hace más inteligente: el pulso se acelera, la adrenalina sube y tú, para seducir a la mujer o la hombre que te gusta, inventas lo que haga falta: La poesía, si es preciso. En la infancia no necesitamos escribir poesía, somos la poesía misma. Si el esplendor poético, en términos naturales, es lo que tenemos, lo que poseemos, lo que hay, lo que habitamos y nos habita… Lo que en realidad falta, entonces, es el Poeta que rescriba dicho paraíso. Eso es el eterno retorno del que hablaba Nietzsche, manifestado desde siempre en el universo tibetano e hindú, que bien supo recrear occidentalmente Milan Kundera en la Insoportable levedad del Ser y que ha quedado patentado en cada uno de los versos del poeta Luis Pavía López. Quizá sea la falta de misterio lo que encarna el actual desencanto del amor a la poesía. Y quizá la eterna insistencia de Luis por ese amor, por esas maravillas que al viento cantó, canta y cantará siempre, no sea otra cosa que la ausencia que ocupa el espacio en la realidad para llenarnos de él, de la poesía necesaria, la indecible, la que se disfraza de verso o palabra para decirnos, para nombrarnos… Ha querido el destino que así sea, que esto se convierta en un homenaje póstumo al Maestro, que partió… y retorna ahora en cada lectura de sus escritos. Y así su Testamento cobre mayor magnitud entre todos nosotros, invitándonos siempre a celebrar la vida con la vida misma. El Homenaje a Luís Pavía López (1942-1998) será este martes 9 de septiembre, a las 7:30 PM, en el Bodegón del Arte, ubicado en Séptima y Blancarte. “Cantamos / para saber que alguien escucha, / para entregar al viento nuestras quejas, / para herir al silencio… / Porque nos aman /o porque nos han olvidado, / porque amamos, / porque estamos felices / o muy tristes / por momentos grandiosos / o por ideales vanos. / Porque el alma lo exige. / Para brindar caricias / que no dan nuestras manos, /es que cantamos”.* *Cantamos, de Nadie es Poeta en la Tierra, 1985. |
Monday, September 08, 2008
Cuando un Poeta le canta a otro Poeta, se abre el cielo...
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